Naldeses por Europa

Diego y Andrea nos cuentan su experiencia

 

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Mi experiencia Erasmus

Diego Rivero Ramírez

 

 

Al principio no estaba convencido del país, ni de la ciudad. Decía ¿qué hay en Rumania? ¿La capital es Bucarest o Budapest? ¿La gente de ahí habla inglés, ruso o francés?

 

Pero cuando estás ahí, te das cuenta de que es lo de menos. Te enfrentas a un año de conocer miles de países y  nacionalidades. Donde harás cosas que ni te imaginabas.

 

Todo comenzó en el aeropuerto de Barajas, donde conocí a los españoles que iban ahí. Yo por aquel entonces, más tímido que ahora, ni me acerqué a ellos a entablar conversación.

Luego no quedó otra que hablar entre nosotros cuando llegamos al país de los Cárpatos .Y no había taxis, ni gente que hablara inglés para ayudarnos. Le enseñamos la dirección de la pensión al taxista y acordamos un precio con los dedos en euros. Nos timó claramente. Miré por la ventanilla nervioso .Tuve un poco de  miedo al ver calles oscuras y aparentemente peligrosas. Las mismas calles que luego recorrí todos los días de memoria.

 

Llegamos a la pensión, una habitación de las más baratas de la ciudad. Allí estábamos mi  futuro compañero de piso  y yo. Con más maletas que ofertas de alquiler en la ciudad. Ese fue el primer golpe de realidad. Que fue seguido de cosas tan básicas como pedir una bolsa en el supermercado.

 

Las primeras semanas hubo muchos eventos. Conocí al resto de las personas que había. La mayoría de Italia, Grecia, Turquía, Francia y cómo no: españoles. También a la gente de Rumania.

 Al principio me costó expresarme en inglés. Pero todos estábamos igual, poco a poco empezamos a ganar soltura. Y a entender los acentos tan complicados de otras nacionalidades. También aprendí que  entre esas nacionalidades teníamos muchas cosas en común y algunas otras que no.

 

Me di cuenta de que la gente era muy generosa. Te invitaban a comer, desayunar, jugar, beber, no importaba. Lo importante era estar todos juntos. Ya que teníamos la ventaja de ser pocos, en torno a 50 personas, yo diría. Poco a poco nos convertimos en una pequeña familia multicultural. Nos dimos cuenta que no éramos los únicos extranjeros. Había mucha gente de voluntariado, que se convertirían en nuestros mejores amigos. También me percaté de que da igual los km que  tenga que soportar una relación. Si se pone interés, se aguantan.

 

Conseguí alquilar un piso a la semana de estar allí. A dos profesores de la universidad que hablaban inglés. Qué suerte tuve. Que por cierto, pasaron 2 semanas y mis profesores no daban muestras de vida. Resultado: me cansé de esperar.

 

 Una propuesta de viaje y nos fuimos a Atenas. El primer viaje en el que cometimos errores de viajeros novatos. Pero un viaje que nos marcó a todos por ser el primero y conocer la cultura griega desde dentro. Así como las desgracias que se viven en el país heleno.

Empecé la universidad. Al ser las clases en rumano, en casi todas las asignaturas me mandaban hacer un trabajo. Y yo lo hacía las semanas que estaba en mi casa. Lo que me dio pie a viajar mucho. El resto tuve que ir a clase.

 

Empecé a comprender un poco esa lengua tan parecida pero diferente. Aprendí lo básico para manejarme en el día a día. Para el supermercado, la universidad, el taxi, la estación de trenes, chapurrear cuatro palabras con alguien…De hecho hasta me imprimí un libro de rumano que no terminé. Ya que me relacionaba poco con gente de esa habla y acabé dejándolo.

Le di importancia a las tareas domésticas. Ya la ropa no aparecía doblada por arte de magia en tu cama, ni la comida en el plato. Con el tiempo hasta le cogí el gusto a  cocinar e intentaba hacer platos de casa con los ingredientes que tenía ahí. También aprendí  a gestionar los gastos .Que si esto para alquiler y gastos, esto para comida, esto para fiestas, lo que me queda para viajes…Gestionando todo el dinero del año, mes a mes.

 

Y bien que lo hice. Recorrí muchos países como Bulgaria, Serbia, Grecia, Alemania, Polonia, Eslovaquia, Croacia, Dinamarca, Suecia, Países bajos, Bélgica, Austria, Turquía, Israel, Cisjordania, Jordania y toda Rumania. Eso sí, no en hoteles de 5 estrellas.

 

De mis viajes aprendí sobre todo a respetar a todas las culturas y enamorarme de sus peculiaridades;  a perder la vergüenza y quedar con gente nativa de ahí;  ainteresarme por su vida  y costumbres; a invitar a otros extranjeros a mi casa y enseñarles lo mejor que sé la ciudad donde vivía; a cómo aguantar interminables horas de transporte; a desapegarme de lo material. Que no necesitas tener el armario lleno para ser feliz, tan solo una mochila

Y sobre todo que lo importante no es la ciudad, ni el monumento que estés visitando. Sino las personas con las que lo compartes. Que una foto de Instagram de 1000 me gustas, está bien. Pero poder recordar con tus amigos un momento gracioso o curioso y reírte, está bastante mejor. Esa es la droga que te engancha de viajar.

 

Se terminó el primer  semestre, muchos se fueron y yo me quede. Las primeras muestras de que esto se iba a acabar. Llegó gente nueva que se convirtieron en amigos en días .El último semestre continuó como el primero. Quizás no tan intenso, pero haciendo lo mismo.

El último mes tenía ganas de volver, pero a la vez no quería que esto se acabara. Mucha gente se fue antes que yo. Desde entonces muchas fiestas acabaron en despedidas con lloros. Despedidas de gente que no sę si volveré a ver, espero que sí. Pero siempre recordaré.

 

Llegó el día de volver. Adelanté la fecha para volver a casa para dar una sorpresa a todos. Me resultó raro pisar Barajas. ¿Carteles en español? ¿Gente que les entiendo? Llegué a Nalda. Ahí estaba yo, un domingo 16 de junio a las 2 am, con las maletas en la plaza. Escuché a mi madre en el bar y fui. Casi toda mi familia estaba ahí. Y se quedaron con la boca abierta al verme. Sobre todo mi madre que no se despegaba de mí.

 

Pero esta historia no se acaba aquí. Porque una parte de Diego se quedó ahí para siempre. Junto con la parte de todos los demás. Y a veces, vuelve en avión para hacerme recordar momentos, personas y lecciones vividas.

 

 

 

 

 

Se llama Vilna y me ha dado el mejor año de mi vida

Andrea Bernat

 

 

 

 

 

 

Se siente como que fue hace mucho tiempo atrás , pero hace apenas un mes que me fui , y hace casi un año desde que la vi por primera vez.

No sé cuánta importancia tiene en esta historia, ni cómo hubiera sido si en lugar de ella hubiera sido otra, pero lo cierto es que creo que le debo todo lo que he aprendido, vivido, y sobre todo, disfrutado.

 

Hablo de Vilna, capital de Lituania, a algo más de tres mil kilómetros de aquí y la que ha sido mi refugio este último año.

 

Un país que no se sabe bien si es real o alguien lo ha sacado de algún cuento de enanos y gigantes. Un país del cual no tenemos estereotipos no puede ser un país, pero sí.

El frío y las patatas rellenas de una carne viscosa (zeppelinai) puede que sea lo más característico de este lugar; a lo primero, te acostumbras, e incluso acabas enamorándote de esos espectáculos de hielo y nieve, a los días de seis horas y a las noches de dieciocho con una luna colosal presidiendo que imposibilitaba que el cielo se oscurezca completamente ; a lo segundo, ni consiguiendo la nacionalidad.

 

Cuando llegas piensas en cumplir todos los mitos que rodean al Erasmus, que entre tú y yo, es muy probable que se hagan realidad. Pero cuando vuelves el protagonismo se lo llevan las muchas cosas que no preveías y han superado inmensamente y sin esfuerzo , todo lo que tu imaginación daba de sí.

 

Porque es verdad que durante un año así hay fiestas, hay exámenes más que asequibles y hay mucha cerveza. Pero también hay cientos de personas con ganas de aprender y de enseñar, y aún mejor cuando esa gente no pertenece a tu misma zona horaria.

 

 Durante un año así viajas hasta que las azafatas de Ryanair acaban por conocerte.

Durante un año así, comes, comes de todo y con todos. Y especialmente si cocinan otros. Lo que te asegura que volverás a casa con unos cuantos kilos más, y no precisamente en la maleta.

Durante un año así compartes hasta la ropa interior, pues dudo que tu privacidad sobreviva a las residencias estudiantiles  de países como Lituania, lo que puede hacerse aún más duro para los hijos únicos, si bien ¿quién no es único?

 

Durante un año así te haces testigo de las millones de diferencias culturales que se reunían en la misma cocina y te hace consciente de lo poco que importaban.

 

Durante un año así, te recreas y te conoces, te arriesgas y te corriges e incluso sacas tiempo para remolonear.

 

Durante un año así, vives por cinco.

 

Pero un año así es, al mismo tiempo, la más genuina dualidad de ganar y perder.

Inevitablemente llega muy deprisa el momento del adiós a tu cuidad preferida  desde hace unos meses, a los peculiares lugares de trazos soviéticos a los que se acudía religiosamente todas las semanas y a todos aquellos, para los que no encuentro una palabra que les haga justicia, que has conocido a la velocidad de la luz  y que en realidad, han sido las estrellas de tu año y son, primordialmente, lo que resistirá en la memoria una década después.

Y aún con todo, mi balanza sigue dando positivo.

 

Espero no haber pecado de hacer mucho ‘spoiler’ y haber dejado la  miel en los labios para animar a todo el mundo que pueda a querer un año así. Porque el erasmus es de las mejores invenciones de la Unión Europea. Es algo semejante a  tirarse a la piscina pero con manguitos, lo que le quita mérito y le suma atractivo. Y entre tanto, también aprendes idiomas.

 

Salir de la tan de moda “zona de confort” no significa, necesariamente, perder comodidad.

Eternamente agradecida a todos lo elementos que han hecho posible mi año así.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sumario

Nº ———  50

Agosto 2019 • Nalda