La tortura de los mismos

 

 

Fabiola Pérez

 

 

 

Mataron,

amordazaron la voz y el pensamiento,

torturaron; con la mirada y con los gestos,

el miedo persigue a sus victimas hasta en los sueños.

 

No dejaron pronunciar los nombres de los muertos

y hoy nos les dejan recuperar sus huesos.

Huesos cargados de memoria,

con pedacitos de almas

que sobreviven en los retalitos de ropas

que son el último recuerdo.

 

No dejaron, ni dejan que la serenidad y el descanso cierren el duelo.

 

No dejaron ni dejan

juzgar a los criminales muertos y vivos.

 

Sufre el torturado la tortura del olvido,

la indiferencia y la mirada cansada de una parte del mundo que no quiere recordar

y otra que no sabe su propia historia.

 

Quiso el torturado olvidar su dolor

y ocultarlo en donde ni el cerebro ni el corazón pudieran rescatarlo

y no pudo.

 

Cada mañana, al despertar

las calles y medallas le recuerdan

que el dolor sigue en su cerebro

que su grito ahogado, queda cada mañana en su sueño.

Y del ahogo del sueño llega el amanecer de las calles,

de los nombres escritos que le devuelven el dolor de un tiempo interminable

que quiso arrancarles de cuajo, a unos  la vida  y a otros  su dignidad.

 

Sufre la madre la pérdida de sus hijos,

el robo de la vida en su vientre,

sigue día tras día el silencio y la angustia apretándole las entrañas.

La madre, imagina día tras día cómo es

cómo crece,

cómo hubiera sido su vida con su hija.

La madre, sólo pide justicia, aliviar el dolor con el que le toca cargar de por vida.

 

Sigue la angustia invadiendo el cuerpo y la vida frágil de las hijas, ya abuelas,

que asesinada la madre no puede tener el alivio de recuperar sus huesos.

Y queda insatisfecho el deseo de abrazar a la madre muerta,

de entregarle las flores del adiós,

brillantes por las lágrimas de su pena.

Teme llevarse a su tumba esa angustia

pero su muerte deposita en la memoria de su hija

la tarea que tanto tiempo soportó su madre, sola,

muchas veces incomprendida.

 

Estremece lo que dicen y lo que no dicen

los torturados.

Las lágrimas y los silencios

 

Y emergen desde la tierra

las esculturas gigantes del recuerdo,

de la memoria de los huesos.

Una bala impacta en ellas,

es la bala represiva que nos recuerda que ellos y sus ideas no están muertos,

que su aterradora presencia nos observa,

que sus símbolos no se tocan,

tampoco sus tumbas ni sus banderas,

porque su memoria es la que importa

y sus nombres

y sus hijos

y sus huesos

y sus madres

y sus muertos.

 

Pero el silencio de los otros no está muerto,

sigue buscando justicia hasta nuestros días,

romper el pacto de silencio,

porque ya es tiempo de conocer nuestra historia,

de hablar, de llorar, de compartir la pena.

Es tiempo de abrir la tierra,

de guardar las balas incorruptas,

de recuperar los retales de los recuerdos.

 

 

 

 

 

 

 

Sumario

Nº ———  50

Agosto 2019 • Nalda