LA VIOLENCIA COMO TRADICIÓN

Porque quien no se cuestiona, no avanza

 

 

TEXTO  · Ahinoa

 

 

 

Según la RAE, se conoce por “tradiciones” a las doctrinas, costumbres, etc. conservadas en un pueblo por transmisión de padres a hijos. Y de eso sabe mucho la RAE, que tiene por costumbre menospreciar a las mujeres, olvidando en este caso a las madres y a las hijas.

Las fiestas populares están plagadas de tradiciones tan asentadas que son asumidas por toda la comunidad como bienes intocables e inmutables. Aunque lo cierto es que también podemos desafiarlas, como ha ocurrido con algunos festejos en los que se maltrataban animales: el lanzamiento de la cabra en Manganeses de la Polvorosa, el Toro de la Vega de Tordesillas, o las carreras de gallos con animales vivos en Nalda. Porque hay que ser muy cruel para disfrutar (o mantenerse indiferente) viendo cómo se maltrata a otros seres vivos hasta el punto de convertirlo en un evento festivo. Aunque, un momento… ¿No son acaso los encierros otra forma de VIOLENCIA hacia los animales?

Ante esta pregunta, muchos dirán que no, que a las vacas no se les hace daño, que solo vienen, corren y se van… Obviando el estrés al que se somete al animal (algunos incluso han llegado a morir de un ataque al corazón), así como los golpes que se les propinan con palos u otros objetos, o los que pueden sufrir con el mobiliario urbano mientras corren desorientados, buscando a su manada con desesperación, entre la muchedumbre de humanos que les acosa, les provoca y les grita… Así pues, nos encontramos frente a un claro ejemplo de normalización de dicho maltrato y, por mucho que algunos se resistan a reconocerlo, apoyados en el rancio argumento de la tradición (en pos de nuestro entretenimiento y de nuestros festejos populares), eso es simple y llanamente TORTURA, y la tortura jamás debería ser una fiesta.

Porque, desgraciadamente, a veces la “diversión” viene a costa de otros. Y es que no respetamos a los animales porque son inferiores… Como inferiores somos también las mujeres ¿no? O acaso el espectáculo de varietés que se viene celebrando año tras año en fiestas de Nalda ¿no es un claro ejemplo de VIOLENCIA machista? Ante esta pregunta, también otros tantos dirán que no, que las mujeres se suben al escenario y bailan y se contonean con sus elegantes trajes, pero que no se les maltrata… Y de nuevo, me temo, he de discrepar.

La cosificación de las mujeres para promocionar las fiestas está tan normalizada que ni siquiera somos capaces de reconocerla como lo que es, machismo puro y duro. Nuestros cuerpos se convierten en un reclamo, en mercancía, en objetos destinados al placer de los hombres. El carácter sexista y denigrante de este espectáculo, donde se nos exhibe y se nos utiliza para fines que no nos dignifican como seres humanos, instala en el imaginario individual y colectivo la idea de que las mujeres estamos a disposición de ser utilizadas cuando y como les convenga a otros y, además, nosotras no podemos decir nada al respecto. Es una forma de violencia machista tan sutil y tan común en nuestro día a día (gracias a los anuncios, al cine, a las letras de las canciones…) que llega a pasar totalmente inadvertida, instalada dentro de nuestra cotidianidad. Este trato humillante que recibimos, como si fuéramos meros objetos, nos deshumaniza, nos discrimina, perpetuando los comportamientos desiguales entre hombres y mujeres. Esta alianza entre tradiciones y patriarcado perjudica seriamente la equidad, y no deberíamos mirar para otro lado porque “siempre se haya hecho así”, ya que eso nos convierte en cómplices del machismo más rancio y casposo; y no hay mayor ciego que quien no quiere ver.

Pero esto no acaba aquí, porque las fiestas de La Virgen y San Roque dan para mucho. Ya hemos colocado a los humanos por encima de los animales, a los hombres por encima de las mujeres y ahora, también, pondremos a nuestra etnia por encima de las demás. Porque ¿qué es eso de disfrazarse de “Mejicanos”?

Antes de nada, me gustaría hacer un inciso para explicar por qué escribir Mejicanos con “j”, y no con “x”, no está bien. México proviene de la palabra náhuatl Mexihco y su pronunciación era Meshiko. En el s. XVI, la “x” se pronunciaba como “sh”, por eso, los conquistadores españoles, tratando de adaptar los sonidos del náhuatl al castellano de esa época, al oír Meshiko creyeron que el sonido de la “sh” no era otra cosa que una “x”, y empezaron a escribirlo México. En el s. XVII se realizaron diversas reformas fonéticas y ortográficas en el castellano de la época. Una de estas modificaciones fue que la “x” se dejaba de pronunciar como “sh” y se debía decir como una “j” (aunque se siguiera escribiendo “x”). Al poco tiempo, no fue solo la pronunciación, sino que cambió también su escritura y la “x” fue sustituida por la “j”, y todas las palabras que se escribían con ella también cambiaron (seguro que muchos recordaréis que Don Quijote, antes, se escribía Don Quixote de la Mancha). No obstante, el pueblo mexicano se resistía a cambiar México por Méjico, por motivos de arraigo cultural (perfectamente entendibles), y este tema se convirtió prácticamente en una cuestión de identidad nacional. En el s. XIX se fundan las Academias de la Lengua de las Naciones de América Latina, las cuales dictan la norma dentro de estos países, y que jamás han admitido que México se escriba con “j”. Así pues, la grafía correcta es México (y mexicanos) por ser las usadas en el propio país, y así deberíamos escribirlo nosotros por empatía y respeto hacia ellos.

Pues bien, dicho esto. Cuando leí la propuesta para la noche temática de disfraces no daba crédito. ¿Puede estar una palabra más cargada de tópicos y prejuicios que esa? Quizá las personas que propusieron y/o votaron esa opción estuvieran pensando en elegir un disfraz sin intención de hacer daño a nadie pero, al margen de sus buenas intenciones (o no), sus disfraces hubieran perpetuado estereotipos y estigmas dañinos, que facilitan actitudes racistas más agresivas, y que sustentan un sistema de jerarquía racial. Es posible que mucha gente diga que exagero y que “¿qué sabré yo, si no soy mexicana?”. Pues bien, para evitar esto he comentado la situación con varias personas de mi círculo que sí que nacieron en ese país, y sus reacciones han sido parecidas a la mía:

- A Netzaí, nacido en Ciudad de México, que la gente se disfrace de mexicano le resulta raro, feo… No se imagina a alguien disfrazándose de alemán, o de inglés, porque se pregunta que ¿cómo te disfrazas de otra nacionalidad? Pero hacerlo de un mexicano, tal y como él lo ve, en este caso está cargado de estereotipos.

- Ana, mexicana de espíritu azteca (como ella se define), lleva viviendo en España desde 1999, y opina que este tipo de disfraces demuestran falta de cultura y de empatía por nuestra parte. Para ella sería diferente si se hiciese una fiesta mexicana, celebrando la riqueza del país, degustando sus platos, disfrutando su música, y en un ambiente respetuoso hacia las gentes de allá. Como todo, siempre depende de quién lo haga y con qué intención se hagan las cosas, pero si se hacen en plan burla demuestran una gran falta de educación.

- Mi primo Javi, el nieto de la Primi y Crucito, que lleva más de 11 años viviendo en México y está casado con Leslie, nacida en Ciudad de México, se pregunta: ¿Qué es un mexicano visto desde los ojos condescendientes de un habitante de la antigua metrópoli? ¿Un panchito? ¿Un sudaca (aunque México se encuentre en América del Norte)? Para él es un poco triste que, siendo un país con miles de lenguas indígenas, completamente mestizo, con una cultura arrolladora, con siete de las ocho zonas climáticas que existen, con cuatro veces la superficie de España, con las probablemente mejores playas del mundo, tan fértil que plantas un palo de escoba y le salen flores, con una comida Patrimonio Inmaterial de la  Humanidad… ¿cómo se puede reducir todo a mariachis con sarape (poncho) y sombrero?

Si ellos lo ven tan claro ¿por qué nosotros no somos capaces de percatarnos de las implicaciones de dicho disfraz? Es simple, porque estas implicaciones no nos afectan. Pero ¿qué nos parecería que en otro país organizaran una fiesta y se disfrazaran de Espanoles? ¿o de logroneses? Así, sin “ñ”, porque la “ñ” es una letra que no pertenece a todas las lenguas. ¿Y qué sentiríamos si todo el mundo se disfrazara de toreros o de bailarinas de sevillanas con castañuelas? ¿O con boinas y cachavas? ¿No sería reducir la riqueza de nuestra cultura a los estereotipos más simples?

Formamos parte de una sociedad racista y, como tal, somos racistas. Pero no un poco, no, para el racismo no hay grados, lo somos y punto, y cuanto antes lo asumamos, antes podremos empezar a cambiarlo. O ¿qué será lo siguiente? ¿disfrazarnos de africanos, con lanzas, huesos y taparrabos? ¿pintándonos la cara con betún (acto conocido como “blackface”)? Pero, un momento, que esto también lo hacemos, con el Baltasar de las cabalgatas de reyes, por ejemplo, o en la marcha de “Los negrets” de Alcoy. Pues lamento deciros que, efectivamente, eso es racista, y el racismo también es VIOLENCIA. Porque, si tan claro tenemos cómo es un disfraz de negro ¿cómo es entonces un disfraz de blanco?

Pero bueno, volviendo a México, si vamos más allá del bigote de Cantinflas y del entrecejo de Frida ¿qué sabemos de los mexicanos ilustres? ¿Alguien había pensado disfrazarse de Dorothy Ruiz Martínez, una ingeniera aeroespacial mexicana que trabaja en la NASA? ¿O de Guillermo González Camarena, científico guadalajarense que inventó un sistema para transmitir televisión a color en todo el mundo? ¿O de Marcela Lagarde, catedrática de Antropología en la Universidad Autónoma de México y una de las grandes feministas latinoamericanas actuales? Supongo que no, porque cuando nos sacan de los tópicos, para nosotros el disfraz ya pierde la gracia. Pero ridiculizarlos y agrupar a todo el país en sus estereotipos, obviando una historia colonial de expulsión, de exterminio físico y cultural y de esclavización, eso se nos da la mar de bien.

Las diferentes culturas y etnias no deberían ser disfraces, pues lo que hacemos es caricaturizar a esas personas que en nuestro día a día son invisibilizadas, denigradas por eso mismo que parodiamos, las homogeneizamos despojándolas de su identidad, perpetuando su discriminación y convirtiendo en burla todas las opresiones a las que fueron y son sometidas. Ningún disfraz vale tanto la pena como para herir los sentimientos de nadie, o hacer que un evento no sea inclusivo. Así pues, si alguien está usando un disfraz que hace menos probable que cualquier persona o grupo de personas se sienta respetado o bienvenido ¿por qué usarlo? Habiendo miles de disfraces posibles. Y si alguien, aun teniendo toda esta información, opta por seguir usando un disfraz discriminatorio en lugar de pedir disculpas y cambiar de idea, si no es capaz de disfrazarse sin faltar al respeto a nadie, entonces, quizá, es hora de que se ponga una goma de oreja a oreja y se disfrace de mala persona.

Y es que siempre va a haber gente que diga que hoy en día, constantemente hay alguien ofendiéndose por algo. Pero ¿qué es peor, quien se ofende o quien ofende y, a sabiendas, le da igual? Parece que no hay que poner límites a la parodia, a la comedia, que todo nos debería hacer gracia… pero, personalmente, creo que el humor siempre debería ir hacia dentro (reírnos de nosotros mismos) y hacia arriba (hacia quienes gozan de más privilegios), nunca hacia abajo. Porque bastante tienen ya las personas que están más oprimidas que nosotros, como para que encima andemos haciendo burla de ellas. Pero claro, para esto, primero deberíamos ser conscientes de nuestros propios privilegios ya que, aunque no lo creáis, tenemos muchísimos.

Bueno, el caso es que, por suerte, hay gente que sí quiere vivir en un mundo en el que todas las personas seamos consideradas iguales; disfrutar de unas fiestas en las que la violencia no sea motivo de jolgorio; y crear unas nuevas tradiciones que integren y respeten a todos los seres vivos por igual. Todos estamos constantemente aprendiendo y metiendo la pata involuntariamente, todos tenemos un pasado plagado de errores, pero el mayor error es no aprender de él. Así que no nos queda más remedio que levantar la voz, cuestionar nuestras costumbres, hacer autocrítica cuando alguien nos señale que estamos haciendo algo mal, y ser humildes. Porque la desigualdad no beneficia a nadie, y tenemos mucho trabajo por hacer hasta que pongamos fin a todos y cada uno de los tipos de discriminación que existen.

Dejemos de transmitir este tipo de valores a la infancia. Todos los niños y niñas tienen derecho a crecer en un ambiente de aprendizaje igualitario y respetuoso, que celebre todos los orígenes. Hagamos de ello una costumbre que les demuestre que tradición e igualdad, también pueden ir de la mano. Porque si no lo hacemos, podemos acabar repitiendo lo que ya narró Shirley Jackson en su cuento corto “La lotería”. Publicado en 1948, la acogida de la crítica fue muy negativa pues, la autora, estremecía al lector haciéndole ver que, muchas veces, en las tradiciones habita la peor crueldad del alma humana. Hoy, 70 años después de su publicación, el relato no ha perdido frescura así que, como colofón, os animo a leerlo en uno de los días de esparcimiento vacacional. Os deseo un feliz verano y unas felices y respetuosas fiestas.

 

 

 

 

 

Sumario

Nº ———  50

Agosto 2019 • Nalda